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sábado, 16 de abril de 2016

La pinta con las Ortigas (segunda parte) PRIMERA PARTE

El chino, por su parte (le decíamos así, por sus ojos rasgados) que es el hermano menor del Josélo, irrumpió en el semicírculo llamándonos de manera estrepitosa, con la gran idea para el juego de la tarde, —¡ya sé muchachos! juguemos a las escondidas con amarrar... Un conmovedor e indescriptible silencio, casi perpetuo, se hizo presente, con la mirada puesta en el chino y uno de los chicos preguntó relajadamente: ¡QUE MIERDA ES ESO! mirándonos todos nuevamente las caras sucias y sudadas por la maldita calor de aquel verano.
Se podía apreciar, por el título del innoble juego, que aquella idea no era nada de sana y a la vez extraña, pudiéndose intuir de manera inmediata que era atrayente para aquella tarde de feroz aburrimiento... El chino trepó con disciplina sobre la baranda de la noria, la noria que estaba llenando lentamente la piscina con un tubo y ésta se encontraba por lo menos con diez centímetros de agua, la cuál serviría de cuartel general o capacha. El chino desde su palco dictaba afanosamente las reglas y las modificaba a su antojo (reglas que eran inventadas el mismo minuto, arbitrariamente por él) entonces dijo: Usaremos la piscina para que el que esté amarrado no sepa dónde diablos nos escondemos, cortaremos unas cuantas ramas con espinas de aquel Algarrobo (árbol, que daba una vaina dulce llamada coloquial-mente "cacharainas") entonces lo amarramos de pies a cabeza y amordazamos fuertemente al elegido, acostándolo en la base de la piscina, para posteriormente colmar de espinas su alrededor y todos los rincones de sí, y remató diciendo que mientras se llene la piscina, las espinas obligaría al que esté amarrado a desatarse rápidamente para no ahogarse y el resto simplemente se esconde. Ni tan siquiera, ni en los sueños más estúpidos y repugnantes, a alguien en esta u otras galaxias: se le ha ocurrido semejantes aberraciones, porque supongo yo que no hay registros o ciertas bases de datos en las mentes más retorcidas de todos los tiempos, mezclar juegos colegiales con espinas, seguido de secuestros con amarramientos y bozales: yo no podía quedarme atrás de tales razones, además, las ortigas estaban fuera de la imaginación del chino; y eso me animaba a permanecer en el semicírculo que ya parecía secta satánica, además sonaba bien la cosa y resultaba interesante.
Y... Mirándonos a todos con un sentimiento de cruda maldad, el chino, nos buscaba con los ojos ya rojos y efusivos, y levantando aún más la voz recalcó, —luego, cuando estés amarrado y logras zafarte de tal embrollo y te liberas por fin de las trampas mortales de agua, cuerdas y espinas, capturas a uno de los que se esconde reduciéndolo cómo malamente puedas, lo amarras y lo arrastras de manera brutal a la piscina; volviendo a comenzar las escondidas con amarrar. El orador bajó de la noria con aplausos y ovaciones dando un salto, y según yo creyéndose el mismísimo Errol Flynn: también en ese momento imaginé que todo este macabro juego el chino lo soñó la noche anterior, mientras lo tironeaba de los pies el diablo.
 
Ya dadas las instrucciones del muy inocente juego, teníamos que elegir a la víctima (perdón, al chico que nos buscaría) y empezaban las estresantes olimpiadas del cachipún: dónde piedra, papel y tijeras terminaron por sacar al candidato, que muy comprensivamente se hizo amarrar dichoso de la vida en posición fetal y amordazado claro, para posteriormente colocar muchas varillas de espinas alrededor del lugar, apurándonos porque la piscina tenía como quince centímetros de agua ya. Todo en muy buena onda sí, y a la vez, sonriéndonos los unos para los otros, anhelando ser el próximo que iba a ser amarrado al interior de la piscina que se llenaba lentamente.
 




—Nuevamente volvía en mí, después de contemplar mentalmente aquellos días de infancia, me sentí radiante, sonriente o entrañable, marcado por mi aspecto grave e imperturbable de adulto responsable. Oyendo vivamente algo remoto, cotidiano, cómo una especie de sermón...
...y volvía a hablar mi hermano, y casi temblando dijo, que los tiempos de antes fueron mejores…
Estábamos desde el atardecer junto a una mesa atrás de mi casa, ostentábamos unas cuántas latas de cerveza vacías: callándonos a ratos, algo ebrios, fumando, desprendiéndonos de golpe en un acto inconcluso y nos sentamos sin mediar palabras en un toldo sillón, meciéndonos como ancianos, — discutíamos con otros tiempos, los días perdidos de la infancia y mi hermano cuestionaba los tiempos de ahora, cómo el más grande crítico de la sociedad. Decía él, sin mucha convicción desde luego, que la juventud está mal encaminada y que todo es violencia; sólo mira las noticias, las películas y esos endemoniados videojuegos y te darás cuenta de la razón que tengo. Terminó diciendo y realmente convencido de que tenía la razón absoluta, dándole un sorbete final a otra lata de esas cervezas que eran baratas.
Bien, no hay que negar la satisfacción única que se siente cuándo uno tiene la razón, pero, inevitablemente la discusión aquí es tener toda la razón. La cuestión es simple, hay dos puntos de vista y según mi experiencia, las situaciones o cosas dependen únicamente de la percepción de las personas. Convirtiéndome yo mismo en esa forma, o quizá parte de aquella reflexión.
—Pero qué manera de contradecirte, le dije, —no recuerdas lo sádicos que éramos en el barrio, lustros de años atrás, con los cauros cuando nos dábamos en la madre con las ortigas y las espinas. Hubo un silencio mortal y mi hermano instintivamente se llevó una mano a la espalda, como sobándose un recuerdo polvoriento y vi una mueca evocando un sufrimiento en ráfagas de dolor: creo que sentí su corazón apurarse o estremecerse en lo más recóndito de su alma. Los chicos de ahora están viviendo su infancia le repliqué, esfuérzate en entender que eran otros tiempos. Quizá lo olvidas, dije en voz baja mirando el suelo y rascándome fuertemente también la espalda: recuerda esas tardes de verano. Era como si lleváramos al diablo dentro, porque en aquellas tardes de verano, allá en las ortigas y las espinas; era de lo más peligroso y divertido que un niño pudo vivir. —me oí decir, y los dos nos reímos.

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